Aquí os transcribo, lectores ávidos de noticias, de mi puño y letra, un pequeño fragmento de una obra enorme. Fray Bartolomé de las Casas, hombre docto y bueno, conocido por mi en persona, reflexiona sobre los templos del Perú, su arquitectura y los dioses y demonios que allí albergan.
[…] Pues como el rey Pachacuti estimase de aquellos dioses, o que eran falsos, o que eran malos, como en la verdad lo eran, porque el demonio en algunos aparecía y quería ser adorado, y tuviese al sol por dios bueno y mejor que los otros, y por siempre quisiese de aquéllos diferenciarle, mandó hacer los templos del sol siempre en los lugares más eminentes y altos; esto es, que los mandaba edificar en los cerros que las ciudades por su eminencia y altura señoreaban; y si cerros o sierras no había naturales, por ser la tierra toda llana, daba hacer los altos de tierra junta mucha, que se allegaba con industria humana o en el cerro o sierra natural, o hecho industriosamente de tierra mogote alto. La forma del templo desta manera se ordenaba: hacíase una cerca de pared muy gruesa y redonda, de cinco o seis estados alta; dentro de aquélla y apartada por alguna distancia se edificaba otra, también redonda, y, según la proporción que convenía, alta; y en algunos templos se hacían cinco cercas, y la postrera ya era en lo postrero del cerro, que era suelo llano, o porque lo allanaban. Allí, en aquel suelo, edificaban cuatro cuartos en como los que tienen en los monasterios los claustros. Las paredes tienen muchas ventanas y muy grandes por donde entra la luz y estén todas las piezas muy claras.
Dentro de aquel cuadro o cuartos estaban los altares, y allí era la Sancta Sanctorum del sol. Estaban cubiertos de su madera muy bien labrada como el que llamamos zaquizamí en nuestra España. Tenía el dos grandes portadas por donde se entraba, y subían a ellas por dos escaleras de piedra mucho bien labradas, cada una de treinta gradas. Todo lo alto del zaquizamí estaba cubierto de planchas de oro, el suelo y las paredes lo mismo, y muy pintadas, y en ellas ciertos encajes donde se ponían ovejas de oro y otras piezas déllo que se ofrecían al sol. A una parte del templo había cierta pieza como oratorio hacia la parte del oriente donde nasce el sol, con una muralla y de aquélla salía un terrado de anchura de seis pies, y en la pared había un encaje donde se ponía la imagen grande del sol de la manera que nosotros lo pintamos, figurada la cara con sus rayos. Esta ponían, cuando el sol salía, en aquel encaje, las que le diese de cara el sol, y después de medio día pasaban la imagen a la contraria parte, en otro encaje, para que también le diese, cuando se iba a poner, el sol de cara.
Dentro de las dos cercas que primero dejimos estaban los aposentos de los sacerdotes y de las vírgenes consagradas al sol, y de los otros ministros y servidores y oficiales del templo, y oficinas para labrar y guardar las joyas y las ropas de lana finísima y de algodón para el sol, y para bodegas de los vinos y las aves y otras cosas vivas y no vivas que se le ofrecían y sacrificaban, que eran cuasi sin número. Y éstos eran anchos y grandes, y así, el número y circuito o capacidad de todo el templo y de los aposentos y cámaras o piezas dél, no podía ser sino muy grande; y todo ello era muy claro por todas partes, para diferenciar (como dejimos) el templo del sol, que a todas las cosas hace claras, de los templos de los otros dioses, que eran todos escuros y tristes y atenebrados.
Esto pareció muy bien cuando los primeros españoles en el Perú entraron y llegaron a la ciudad de Pachacama, donde hallaron el templo del dios Pachacama, o demonio que así se llamaba, el cual estaba muy escuro y hidiendo y muy cerrado, adonde tenían un ídolo de palo hecho, muy sucio y negro y abominable, con el cual tenía mucha gente gran devoción, y venían a serville y adoralle de trecientas leguas con sus votos y peregrinaciones y dones y joyas de oro y plata.
Creyeron los españoles, y así debía ser, que el demonio entraba en aquel ídolo y les hablaba. Y habíales hecho entender que él era el que había hecho la tierra y todo criaba: los mantenimientos y lo que en ella está; y así, Pachacama quiere decir en aquella lengua “Hacedor de la tierra”. Y después que por la ida de los religiosos y por su predicación plugo a Dios que algunas gentes de aquellas se convirtiesen, hizo mucho del enojado y fuese a los montes o al infierno, que siempre trae a cuestas, no queriendo muchos días venirles a hablar. Pero viendo que por aquella vía perdía más que ganaba, determinó llevar otro camino y apareció a quien solía, que son los sacerdotes, a quien suele (como queda dicho) primero engañar, y díjoles:
Yo he estado de vosotros muy enojado, porque me habéis dejado y tomado el dios de los cristianos; pero he perdido el enojo, porque ya estamos concertados y confederados el dios de los cristianos y yo que nos adoréis y sirváis a ambos, y a mí e a él que así se haga nos plase.
Porque se vea cuántas maneras y cautelas tiene aquel malaventurado para llevar consigo las ánimas. Sabía bien que por esta vía y con esta industria, no sólo no perdía nada, pero ganaba mucho más; porque baptizándose la gente, y baptizados, adorando los ídolos juntamente, a Dios causaba mayor ofensa, y mayores tormentos a los que por este camino engañaba. Y que usase de este nuevo engaño débese tener por verdad, porque nuestros religiosos por cierto lo averiguaron.
El templo del sol que allí había, estaba déste sobre un cerro hecho a mano de adobes y tierra, bien alto, desviado, con cinco cercas y maravillosamente labrado, todo muy patente, lleno de luz y claro, según que los reyes mandaban así edificarlos. De la materia de que todos aquellos templos se hacían, y cuán polida, rica, sumptuosa y artificiosamente los edificaban, en los capítulos [56 y 58] queda bien declarado.
Fray Bartolomé de Las Casas
Apologética historia sumaria, 1536.